La teoría del desconcierto funciona a la perfección, ahondar sobre ella no haría más que perjudicar su funcionamiento. Un par de caballos galopan en el agua y son perseguidos por un perro enano que es un peligro que ande en esas cosas porque en una de esas se ahoga. Estoy convencido de que el pelaje del tercer caballo no es real, se trata de una peluca. Cada paso que doy en dirección hacia el río no hace más que poner en riesgo mi vida. La idea de que cada paquete de galletitas de salvado esconde un poema es encantadora. El miedo a cruzar las vías, en ojos cerrados no entran moscas ni se ven accidentes de ferrocarril. Los espías en el confesionario desatan la paranoia. Apuestas, mi error no es favorito pero hará que muchos se hagan millonarios. No he escuchado frase más tacaña que esa que habla de aportar un granito de arena. La madre de mi amigo está hastiada, justifica a cada rato el falso desorden, confía en mis capacidades y le propone a su discípulo que se practique una vasectomía. No soy ningún vigilador. Una especie de corner corto para el lobo. La murga a pasos del cementerio. La rodaja de pan lactal hurtada. El mensaje subliminal escrito con pasta dental en la bañadera. Hay algo de lo que quiero hablar pero que voy a esperar a que se aleje (o acerqué y después se aleje, y yo me aleje para acercarme). Desconcertado. Dos puertas para cerrar, optaré por la entreabierta.
sábado, 12 de julio de 2008
Desconcertista toca la pieza número catorce para desconcierto de piano.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)