domingo, 27 de abril de 2008

El momento en el que González tuvo algo para decir y solo atinó a parpadear.

Está encubando una enfermedad, habla lento, con la voz más grave. Quizá no durmió, se quedó hasta muy tarde construyendo esa red contenedora del fin del mundo. Su tercer ojo (perpendicular a los otros dos) descansó y eso es lo que lo mantiene vivo. Eso y el contemplar de esos pájaros que adquieren la virtud vegetal del florecer sin perder su fisonomía, vuelan, rozan la tierra y se entierran. Descubro que mis dibujos primitivos develan mi esencia fragmentaria que uno con un hilo de baba. Ella antes le temía a dios, a sus acciones, pero ya no porque tiene una compuerta secreta en donde puede esconder mucho más que un lápiz. ¿Cómo escribir a dios? . Siempre llevo conmigo un pedacito de cuadro cubista. El guerrero (que sabe de experiencias alocadas) muestra una cierta predilección por la letra Y. El tipo que odio escribe en mi hoja comentarios políticamente correctos. Una campera olvidada por una borrachera. Una hoja que no quise esconder de la lluvia. Una instrucción incompleta: “tomar un trozo de papel…”. Una dirección que no le pertenece a ninguna casa.

viernes, 11 de abril de 2008

Rituales paganos: despedidas.

-Me metiste el dedo en el ojo, fuiste demasiado lejos.
Y nunca más verla. Eso es lo que me hubiera gustado decir. Momentos en los que uno necesita estar entretenido y se encuentra con la triste realidad de que la tapita en algún momento se termina de enroscar.

jueves, 3 de abril de 2008

Entrevista.

Llega mi entrevistada notoriamente de mal humor. Hacía más de cuatro meses que no la veía. Ella había dejado de frecuentar ese lugar, pero estaba seguro que volvería. Trae el bolso ese púrpura que siempre detesté, no tanto por su color sino por lo que siempre llevaba dentro. Me trata de estúpido, dice que podría haberse desprendido de todas sus rutinas pero a sus padres tenía que visitarlos. Me rompe la nariz con un lápiz labial que era pesadísimo, no se de donde lo habrá sacado que pesaba tanto, supongo que saldría más barato que comprar varios livianos. La entrevista se va a dar con mi nariz goteando un poco de sangre y mi voz interrumpiendo la de ella para pedirle a los que pasan caminando un pedacito de algodón. Igual me conozco de memoria lo que dice. ¿Por qué se tuvo que ir así? Creí que las cosas marchaban bien. No, no se fue de la entrevista, se fue hace unos meses. Dijo que estaba cansada de mi rutina inventiva, necesitaba que cuando ella decía “hola”, yo le dijera “hola” en lugar de decirle que no pensaba saludarla porque había adquirido un nuevo ritual que había aprendido por un documental que hablaba sobre una tribu finlandesa. Al otro día ni me saludaba y yo indignado llamaba a los padres preguntándole porque la habían educado tan mal; me arrepentía y al rato estaba en la casa pidiéndoles que me cocinarán esas croquetas de arroz que tenían un gusto horrible, pero hacían un ruido que compensaba todo. Ella se portaba más o menos siempre igual, a veces estaba mejor de humor, a veces peor, siempre dependía de cómo le había ido en el trabajo. Si ella venía mal, pretendía que diga palabras dulces, pero podía pasar que yo viniera de un día tan bueno que no tuviera siquiera ganas de hablar y pretendiera formar un supra-lenguaje. Igual nunca estuvimos tan mal.

-¿Volvemos a intentarlo?
-No