lunes, 16 de marzo de 2009

Las inconclusas aventuras de Dante Rubíes.

-Mi nombre es Dante Rubíes- dijo y sonrió con un aire maléfico. Y agregó -Buscame mañana a las 8 en el café de Corrientes y Montevideo que tengo algo para vos.

El peor guía turístico del mundo.

No se porque le causaban tanta gracia las nacionalidades, la última vez, creo que fue el viernes, anunciaban en la universidad que el doctor dinamarqués (Bent Laudrup) daría una conferencia sobre la legislación de los canales pornográficos en la zona escandinava, no sabíamos como pararlo, ahí nomás le agarro un ataque de risa peor que con un ejército de plumas haciéndole cosquillas en los pies, el estómago empezó a funcionarle mal y le agarró un acceso de tos tan grande (era como si tosiera su risa) que tuvimos que internarlo.
Para peor en el hospital las noticias de la televisión, del boxeador panameño, del equipo de hockey hindú, del milagro de la bailarina artística de Haití, de mi peleadora de judo preferida de Argentina (más precisamente de Ranelagh): época de juegos olímpicos, la peor época para un tipo como él.
Inesperadamente (y para fortuna del equipo médico) los suecos lo ponían severo, Suecia si era un país que no se podía tomar en broma. Lo bueno es que dejaba de reírse y los médicos podían tratarlo, lo malo es que el canal de cable sueco lo angustiaba, porque en Suecia las cosas últimamente iban de mal en peor, ninguna medalla dorada en juegos olímpicos, presidente engripado, obreros de la fábrica de galletitas reprimidos, comedor infantil tomado por jubilados, y esas cosas que le pasan a los países cuando van de mal en peor.
A eso de los tres días le dieron el alta y le prohibieron terminantemente el contacto con personas no suecas. Cosa complicada para una persona que vive en argentina y a la que le gusta la comida mejicana al baño maría. Podría concluir esta historia diciendo que conoció una joven sueca, se casó con ella, tuvieron hijos suecos y se radicaron en Estocolmo, pero abordar un final como este me traería excesivos problemas y nuestro entrañable personaje probablemente moriría (de tristeza, naturalmente, un pozo depresivo del que ningún hijo sueco te saca).
Otra posibilidad sería un final paradójico con su actual esposa engañándolo con un noruego, un desenlace terrorífico, con nuestro entrañable personaje en un ataque de risa atravesado por el dolor y la ira, disparándole al noruego a la altura de los pies (y el noruego gritando que en realidad el es sueco, pensando que con eso lo detendría, está bien, nuestro personaje es entrañable y todo lo que quieran, pero no es ningún nabo).
Sin embargo el final que más me complace (y el que más se ajusta a la realidad) es el que involucra a nuestro entrañable personaje en un viaje intergaláctico, viajando en una nave espacial, poniendo banderas de Suecia en cuanto planeta pisara, y descostillándose de la risa por la extraña manera que tienen los extraterrestres de llamar a la pelota (y por supuesto renunciando a su puesto de guía turístico).