lunes, 17 de noviembre de 2008

La novena persona.

Los relatos en novena persona, siempre en novena, yo, tú, el, nosotros, vosotros, ellos, aquellos, los innombrables, y la novena persona: el que canta cuando está solo.
¿Cómo lo sabemos? Realmente no lo sabemos, solamente lo intuimos como uno puede intuir que el sándwich de milanesa que está hace como doce horas en el sol nos puede dar una patada al hígado, que nos van a empatar en el ultimo minuto o que la chica esa lo va a lastimar a González (y cuando digo que lo va lastimar, lo digo por las uñas largas y no por otra cosa, por lo demás serán felices y comerán tostadas).
Ponerse en el lugar del que canta cuando está solo, requiere eso, estar solo, y aprender un par de canciones, aunque si uno quiere hacer una carrera como literato poniéndose en el lugar del que canta cuando está solo tiene la responsabilidad de aprenderse más de un par de canciones para que no digan que uno anda pareciéndose a sí mismo, cosa que sería completamente inadmisible e inhumana.
Se de personas que están empeñadas en acompañar a esa novena persona, en darle la mano y no soltársela jamás, pero no alcanza con darle la mano, para acompañarlo realmente deben invadir sus sueños librándose de todo antropomorfismo y acercándose lo más posible a la forma de una sanguijuela o a la de una ardilla que odie las avellanas.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Laberinto acuático.

Me tiré a la pileta, sin ninguna acrobacia, me tiré de palito, como le gustaba decirle a uno que estaba en el borde y que lo único que hacía era indicar: ahora de cabeza, la mortal, de bomba, medialuna, el círculo resplandeciente, ahora de palito, y ahí fui.
Estaba abajo, veía borroso, como en un sueño de un lanzador de jabalinas con cataratas, y empecé a bucear, todo por el fondo y con un ruidito medio como de globo desinflado en cámara lenta que me acompañó durante todo ese rato.
Miraba para arriba y tres caras borroneadas que cantaban una canción que se escuchaba como cantada por burbujas, apenas distinguí que era en ingles.
Llegué hasta el extremo, toque el redondel negro entre las cerámicas celestes, y cuando ya me quería salir me di cuenta que arriba había cemento, una especie de laberinto acuático insoportable, no podía respirar, y una salida, como por un tubo, y otra vez la superficie, y en mi bolsillo un papel con algo escrito, un hombre con más canas que pelo que me lo pedía, que me decía que le hacía acordar a la masmédula y que quería que lo acompañara en una caminata. Más lejos, camina al lado mío, pero que en el medio haya espacio para uno más, que no va a venir, que no lo esperamos, pero le corresponde. Y en el camino silencio, silencio y barro, y un caballo al que no me podía subir, y más barro, y el de canas ni una palabra, y pasamos por una casa en la que uno se queja a los gritos, que se siente subestimado por su familia que lo considera un mal asador. Hasta acá llegamos, codazo en el ojo y hasta pronto.