Son estas quizá las líneas que jamás hubiera querido escribir. La noticia de la desaparición total de mi colega mejicano Rubén Fleitas me ha tomado por sorpresa cuando cepillaba mis dientes con una pasta dental de sabor menta fuerte que había comprado en el supermercado a dos pesos con noventa en una oferta especial del mes de septiembre.
Mediante este espacio quería ofrecerle mis condolencias a las mascotas de Rubén, que han sido totalmente ignoradas durante su velatorio, en especial a nuestro hamster maldito Antonin, que tantas tardes de felicidad nos ha regalado girando alrededor de la rueda mientras bebíamos nuestros jugos exprimidos y charlábamos sobre el nuevo cine Neocelandés de Rich Murphy.
Acabo de cerrar la puerta de mi habitación, no quiero que mi hija me vea así, llorando y mirando viejas fotos, de cuando pescábamos juntos y charlábamos sobre inodoros, los distintos tipos, los aerodinámicos, los de exposición, los que uno podría mudarse y construir una vida en torno a ellos, y tantos, tantos otros. Ya no podré hablar de inodoros ni de cine neocelandes con nadie, nadie, ya nadie queda.
Sin embargo hay algo que me alegra tremendamente de su muerte, y es el total desacierto de los críticos, que siempre han vaticinado el suicidio de nuestro querido Rubén basándose en el ridículo argumento de que su vida terminaría tal como han terminado cada uno de sus relatos.
Por eso, a través de este espacio te agradezco a ti, Michelle, por haber asesinado ayer a por la tarde a Rubén, y por haberlo hecho de forma tan sutil, con un cigarrillo de chocolate envenenado.
Adios Rubén, hasta siempre, y a ti Michelle, gracias, muchas gracias.
sábado, 19 de septiembre de 2009
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