Mudarse a un edificio después de todo no está tan mal, al principio creí que iba a extrañar horrores la vieja casita de naipes de cemento, pero ya no tenía sentido estar ahí, había llegado un momento en el que la casa nos había tomado a nosotros, cada una de sus partes tenía algo de hipnótico, la cama no era solamente la cama y el vértigo de la falsa caída, era una especie de mundo paralelo habitado por mí, los mosquitos, el espiral que amablemente me encendía Ramiro, y los monstruos expresionistas-estáticos del techo de algarrobo. De Ramiro no voy a decir más que, era mi amigo, que un día se fue a averiguar cuanto salía pileta libre para empezar natación, que desde ese día no volvió, y que me manda todas las semanas alguna plantita, cosa que me hace sospechar de que empezó a trabajar en un vivero para poder pagarse pileta libre, lo malo es que acá en el edificio las plantitas se mueren, y algo más malo todavía es que no tengo quien me prenda los espirales.
Estoy en un decimocuarto piso, me hice bastante amigo del portero que es un ex jugador del ascenso, se la pasa contándome de la dupla tremenda que hacía con “el aguardiente” Morales, y como ritual a las tres de la tarde cuando vuelvo del trabajo, me muestra la cicatriz de la operación que tuvo en su momento de gloria, yo creo que con eso me quiere decir que tengo que disfrutar el presente, pero no se anima a darme un consejo porque el mismo no lo cree, sabe que me estaría mintiendo, que la acción es recuerdo, que no hay nada más lindo que la chilena que tiró y pasó por arriba del travesaño.
Pero, como te decía, vivir en un edificio después de todo no está tan mal, es decir, sí, es una porquería, escucho los ruidos del tipo del piso de arriba que cambia los muebles de lugar cada dos minutos por las variaciones energéticas del Feng Shui, si pongo White Light/White Heat de la Velvet tengo la puta del piso de abajo quejándose porque le espanto los clientes, no puedo tener un perrito porque está terminantemente prohibido tener perritos, me tengo que bancar las reuniones de consorcio con la gente quejándose por las veces que me encontró durmiendo en el ascensor y toda la bola, pero hay algo que lo justifica todo, un descubrimiento que le da sentido a mi vida como habitante de un edificio: el portero eléctrico. Al principio levantaba el tubo y empezaba a hablar tímidamente, como si estuviera dejándole un mensaje a una ex novia en el contestador, en otro momento se me daba por contar chistes xenófobos o hacer predicciones apocalípticas, en otro pensaba que me podía volver a encontrar con Ramiro y contaba anécdotas de cuando vivíamos juntos por si el pasaba justo por ahí caminando, en otro leía manifiestos del teatro sintético futurista en italiano, en otro relataba partidos de fútbol imaginarios, pero hoy lo que más me divierte es leer poemas de Girondo a las nueve de la noche y pensar que me estás escuchando, con la esperanza de que subas y me saques esa tristeza parecida a la del par de medias tirado en el rincón.
sábado, 27 de junio de 2009
jueves, 4 de junio de 2009
324
Hay una mujer en el 324 que tiene los ojos extraviados, estoy completamente seguro que tiene un parentesco con Bob Dylan, está en pleno ataque de pánico y no se si va a morderme o interpretar una canción folk de protesta.
A un par de asientos una muchacha de pelo amarillo y absolutamente vestida de azul, dibuja el identikit de la avispa que le picó el hombro el día de su cumpleaños número doce y lo arruinó por completo.
Una pestaña cae arriba del anotador. Atrás mío un pibe con una remera de los Sex Pistols mira la pestaña de reojo, lo tienta la posibilidad de soplarla y pedir un deseo (que vuelva Agustina, aunque sea un ratito, que se ría una vez más conmigo y que después haga lo que se le cante).
Tomamos la avenida y ahí nomás está la vía, a un costado, toda llena de piedritas y cartones de vino barato. Las piedritas me hacen pensar que soy un nabo, nunca supe hacer sapito, cuando llegue a casa voy a llenar la bañera y practicar.
Un tipo parado, es el único, creo que nos odia, le gustaría estar embarazado, tener setentidos o ser un mentalista. Su odio incrementa, y todos lo intimidamos con la mirada porque sabemos que eso que va a hacer es aberrante, terrorífico, los niños llorarían con la manga del saco contra la cara y contra el rincón si lo supieran.
Sin embargo sabemos, que ni el llanto de un niño albino lo detendrá, cuando llegue al lago de Palermo se quitará la remera, se arremangará el pantalón de Corderoy que le regalo tío Luis, se zambullirá, comenzará a nadar y con sus pálidas manos ahorcará a cada uno de los hasta ese entonces felices patos. Este será el comienzo de una venganza sin precedentes, que continuará con la muerte de dos ciclistas, un ajedrecista, cuatro pescadores, y culminará con el asesinato de un joven escritor pasajero de la línea 324.
A un par de asientos una muchacha de pelo amarillo y absolutamente vestida de azul, dibuja el identikit de la avispa que le picó el hombro el día de su cumpleaños número doce y lo arruinó por completo.
Una pestaña cae arriba del anotador. Atrás mío un pibe con una remera de los Sex Pistols mira la pestaña de reojo, lo tienta la posibilidad de soplarla y pedir un deseo (que vuelva Agustina, aunque sea un ratito, que se ría una vez más conmigo y que después haga lo que se le cante).
Tomamos la avenida y ahí nomás está la vía, a un costado, toda llena de piedritas y cartones de vino barato. Las piedritas me hacen pensar que soy un nabo, nunca supe hacer sapito, cuando llegue a casa voy a llenar la bañera y practicar.
Un tipo parado, es el único, creo que nos odia, le gustaría estar embarazado, tener setentidos o ser un mentalista. Su odio incrementa, y todos lo intimidamos con la mirada porque sabemos que eso que va a hacer es aberrante, terrorífico, los niños llorarían con la manga del saco contra la cara y contra el rincón si lo supieran.
Sin embargo sabemos, que ni el llanto de un niño albino lo detendrá, cuando llegue al lago de Palermo se quitará la remera, se arremangará el pantalón de Corderoy que le regalo tío Luis, se zambullirá, comenzará a nadar y con sus pálidas manos ahorcará a cada uno de los hasta ese entonces felices patos. Este será el comienzo de una venganza sin precedentes, que continuará con la muerte de dos ciclistas, un ajedrecista, cuatro pescadores, y culminará con el asesinato de un joven escritor pasajero de la línea 324.
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