La flor disecada simula la huella de un tigre con problemas congénitos, que en cada pata solo tiene tres garras, y cuya huella es como la de cualquier otro animal de tres dedos, es decir, como la de ningún otro animal.
Siempre es agradable seguir la huella de una flor disecada, que en este caso me conduce a los talones de un viejito que ya casi ni camina y arruina cualquier tipo de ilusión de eterno perseguidor.
El juego está maldito, 35685 (número de garras improbable), un vendedor de billetes infiel, el número de garras improbable como ganador, y las manos agarrándose la cabeza como un gesto congelado hasta hoy.
El alérgico a los cigarrillos de chocolate molió las botellas de vino de trece pesos (siempre el vino de doce pesos para arriba), colocó los vidrios encima de la pared para que nadie se acerque a sus pertenencias, el abrazador saltó por encima de la pared, los vidrios abrieron una profunda herida en el abrazador que sin embargo llegó al alérgico a los cigarrillos de chocolate, lo abrazó, y murió desangrado en sus brazos.
Las cosas que pasan el otro día siempre me resultan absolutamente trascendentales.
El otro día resulta que, la eternidad.
viernes, 24 de octubre de 2008
miércoles, 15 de octubre de 2008
La dureza material y sentimental de ese bigote, nos obligaba y nos reprimía para que jamás nos lo imagináramos acariciando un perro de los que tienen dos manchas en el lomo y que mueven la cola como pidiendo un hueso que le corresponde vaya a saber uno por qué cosa.
Sin embargo un día, justo cuando alguno empezaba a decir “che….este nunca….”, se lo sacó, no dejo ni un pelito, y me acuerdo que se pasaba el dedo, como extrañando algo, pero a su vez desmitificando aquello otro.
Me acuerdo que decía, que no tenía que ser algo tan terrible, que no había que esconderlo en un sentido inverso al del tesoro, que iba a pasar, más allá de esos elixires de yogurth, de las vueltas en redondel a la plaza, de alimentos con Omega nueve y de guerras frías contra el colesterol.
Me pregunto hasta dónde la tristeza no se emparenta con el egoísmo, y hasta dónde uno puede dejar de ser egoísta.
Por qué no se podrá volver el tiempo atrás, volver a esa última clase, acercarme dubitativamente hacia él y decirle: “tome maestro, este capitán del espacio es para usted, usted se lo merece”.
Sin embargo un día, justo cuando alguno empezaba a decir “che….este nunca….”, se lo sacó, no dejo ni un pelito, y me acuerdo que se pasaba el dedo, como extrañando algo, pero a su vez desmitificando aquello otro.
Me acuerdo que decía, que no tenía que ser algo tan terrible, que no había que esconderlo en un sentido inverso al del tesoro, que iba a pasar, más allá de esos elixires de yogurth, de las vueltas en redondel a la plaza, de alimentos con Omega nueve y de guerras frías contra el colesterol.
Me pregunto hasta dónde la tristeza no se emparenta con el egoísmo, y hasta dónde uno puede dejar de ser egoísta.
Por qué no se podrá volver el tiempo atrás, volver a esa última clase, acercarme dubitativamente hacia él y decirle: “tome maestro, este capitán del espacio es para usted, usted se lo merece”.
sábado, 4 de octubre de 2008
Identidad pasajera.
Deshojando margaritas, lidiando entre “me cree un alfajor-ignora por completo mi existencia-me cree un alfajor-ignora por completo mi existencia”. Un gato negro se me cruza caminando hacia atrás y pone en jaque a la superstición. El ramillete improvisado apunta hacia el suelo, como escondiéndose de la risa impiadosa de los deportistas extremos. Finalmente resuelvo colocar la podredumbre en el estante de la biblioteca despoblada de libros (todavía con un camión de bomberos de juguete al que le falta pila), estirar las piernas en el piso, usar la pared como respaldo y buscar en la lejanía del estante un trozo de identidad pasajera.
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