Hay solo una vidriera que los borrachos unidos en la meadera colectiva de vidrieras han de respetar, y es la de la juguetería, para que cuando los niños tomen de a dos o tres por vez el martillo y se pronuncien contra los líderes jugueteros, lo hagan con olor a lavanda.
Esta navidad regalale a tu hijo un martillo (y un papagayo).
sábado, 5 de diciembre de 2009
sábado, 21 de noviembre de 2009
lunes, 16 de noviembre de 2009
Sueños de un niño que cuando sea grande va a ser dentista
Esta noche vienen los reyes magos, por eso puse agua mineral, y un poco de alimento balanceado para camellos, la verdad no me interesan los regalos, mi idea es atraparlos en una jaula y torturarlos, a los camellos no, no tengo nada contra ellos, torturar y maltratar a los reyes magos, tener a Melchor secuestrado, y que padezca síndrome de Estocolmo.
En la escuela me cuentan las hazañas del General San Martín con su caballo y la cordillera esa, pero la verdad que no le encuentro ningún tipo de mérito ni sentido, si hubiera tenido un poco de inteligencia hubiera creado algo así como un helicóptero, además supuestamente un prócer debería tener algo más que facultades alpinistas, eso es de boy scout, no de prócer, la verdad es que a San Martín prefiero imaginármelo arriba del caballo de alguna calesita buscando heroicamente la sortija que reparte el viejo perverso más que con cualquier cordillera, cualquier caballo o cualquier espada.
Odio cuando mis amigos agarran a las hormigas y las queman una por una con una lupa, es un trabajo de puta madre, yo propongo una creación superior, un campo de concentración para hormigas, el primero, con la ventaja de la producción de una cosa tal como el primer jabón para escarabajos hecho a base de hormigas.
Me gustaría ser un bicho bolita, y así evitar la vacuna de los ocho, de los dieciséis, del sarampión, la antitetánica, la antirrábica, la antialienígenas, ah, y cuando renueve el documento en la foto quiero salir parecido al Pájaro Caniggia, por eso el pelo larguito y la vinchita.
Qué vas a hacer cuando seas grande pregunta mi tía, no se tía, ni siquiera se si quiero ser grande, y no es por hacerme el Peter Pan, jamás podría tener ese trajecito verde tan ridículo, pero ya que preguntas, y ahora que lo pienso, podría ser un asesino a sueldo de tías, matar por encargo de niños a tías que hacen preguntas insoportables, y quizá planeé alguna cosa más terrible todavía, sí, cuando sea grande voy a ser dentista.
En la escuela me cuentan las hazañas del General San Martín con su caballo y la cordillera esa, pero la verdad que no le encuentro ningún tipo de mérito ni sentido, si hubiera tenido un poco de inteligencia hubiera creado algo así como un helicóptero, además supuestamente un prócer debería tener algo más que facultades alpinistas, eso es de boy scout, no de prócer, la verdad es que a San Martín prefiero imaginármelo arriba del caballo de alguna calesita buscando heroicamente la sortija que reparte el viejo perverso más que con cualquier cordillera, cualquier caballo o cualquier espada.
Odio cuando mis amigos agarran a las hormigas y las queman una por una con una lupa, es un trabajo de puta madre, yo propongo una creación superior, un campo de concentración para hormigas, el primero, con la ventaja de la producción de una cosa tal como el primer jabón para escarabajos hecho a base de hormigas.
Me gustaría ser un bicho bolita, y así evitar la vacuna de los ocho, de los dieciséis, del sarampión, la antitetánica, la antirrábica, la antialienígenas, ah, y cuando renueve el documento en la foto quiero salir parecido al Pájaro Caniggia, por eso el pelo larguito y la vinchita.
Qué vas a hacer cuando seas grande pregunta mi tía, no se tía, ni siquiera se si quiero ser grande, y no es por hacerme el Peter Pan, jamás podría tener ese trajecito verde tan ridículo, pero ya que preguntas, y ahora que lo pienso, podría ser un asesino a sueldo de tías, matar por encargo de niños a tías que hacen preguntas insoportables, y quizá planeé alguna cosa más terrible todavía, sí, cuando sea grande voy a ser dentista.
domingo, 15 de noviembre de 2009
Cansado del anonimato de los cuatrocientos fósforos Patito, decidí agarrar uno, llamarlo con el nombre de Maxi, y enseñarle que no debe sacrificar su vida ante una cosa tan insignificante como una hornalla, Maxi, vos estás para grandes cosas, por ejemplo, el tanque de nafta de aquél Renault 6 que está estacionado, o el bigote del mariachi de ahí de la esquina, incluso, si te portas bien, podes llegar a quemar una cajita llena de cartas, entradas de recitales y plumas, y quién te dice, antes de que tu corta vida se termine puedas conocer el amor de una bellísima fósfora Fragata. Siempre preferiré la vida en sociedad del fósforo por encima del individualismo acérrimo del encendedor.
sábado, 19 de septiembre de 2009
Son estas quizá las líneas que jamás hubiera querido escribir. La noticia de la desaparición total de mi colega mejicano Rubén Fleitas me ha tomado por sorpresa cuando cepillaba mis dientes con una pasta dental de sabor menta fuerte que había comprado en el supermercado a dos pesos con noventa en una oferta especial del mes de septiembre.
Mediante este espacio quería ofrecerle mis condolencias a las mascotas de Rubén, que han sido totalmente ignoradas durante su velatorio, en especial a nuestro hamster maldito Antonin, que tantas tardes de felicidad nos ha regalado girando alrededor de la rueda mientras bebíamos nuestros jugos exprimidos y charlábamos sobre el nuevo cine Neocelandés de Rich Murphy.
Acabo de cerrar la puerta de mi habitación, no quiero que mi hija me vea así, llorando y mirando viejas fotos, de cuando pescábamos juntos y charlábamos sobre inodoros, los distintos tipos, los aerodinámicos, los de exposición, los que uno podría mudarse y construir una vida en torno a ellos, y tantos, tantos otros. Ya no podré hablar de inodoros ni de cine neocelandes con nadie, nadie, ya nadie queda.
Sin embargo hay algo que me alegra tremendamente de su muerte, y es el total desacierto de los críticos, que siempre han vaticinado el suicidio de nuestro querido Rubén basándose en el ridículo argumento de que su vida terminaría tal como han terminado cada uno de sus relatos.
Por eso, a través de este espacio te agradezco a ti, Michelle, por haber asesinado ayer a por la tarde a Rubén, y por haberlo hecho de forma tan sutil, con un cigarrillo de chocolate envenenado.
Adios Rubén, hasta siempre, y a ti Michelle, gracias, muchas gracias.
Mediante este espacio quería ofrecerle mis condolencias a las mascotas de Rubén, que han sido totalmente ignoradas durante su velatorio, en especial a nuestro hamster maldito Antonin, que tantas tardes de felicidad nos ha regalado girando alrededor de la rueda mientras bebíamos nuestros jugos exprimidos y charlábamos sobre el nuevo cine Neocelandés de Rich Murphy.
Acabo de cerrar la puerta de mi habitación, no quiero que mi hija me vea así, llorando y mirando viejas fotos, de cuando pescábamos juntos y charlábamos sobre inodoros, los distintos tipos, los aerodinámicos, los de exposición, los que uno podría mudarse y construir una vida en torno a ellos, y tantos, tantos otros. Ya no podré hablar de inodoros ni de cine neocelandes con nadie, nadie, ya nadie queda.
Sin embargo hay algo que me alegra tremendamente de su muerte, y es el total desacierto de los críticos, que siempre han vaticinado el suicidio de nuestro querido Rubén basándose en el ridículo argumento de que su vida terminaría tal como han terminado cada uno de sus relatos.
Por eso, a través de este espacio te agradezco a ti, Michelle, por haber asesinado ayer a por la tarde a Rubén, y por haberlo hecho de forma tan sutil, con un cigarrillo de chocolate envenenado.
Adios Rubén, hasta siempre, y a ti Michelle, gracias, muchas gracias.
martes, 21 de julio de 2009
El Roca
Me gusta viajar en el Roca, tiene ese no se qué que no tienen los trenes en Finlandia, siempre tan burocráticos, tan fríos, que no se soporta, acá me gusta viajar, me siento en el estribo, me enchufo algún disco así medio de banda de sonido de alguna película y voy de lo más tranquilo, con el viento en la cara, todo despeinado, y me río de lo que me diría abuela Norma si me viera con la melena así. Algunos dicen que la gente viaja como ganado, un militante de un partido ecologista se enojaría mucho si escuchara a alguien decir tremenda barbaridad, y se indignaría con el hecho de que los ganados viajen como humanos.
Viajo todos los días en el Roca, y casi siempre viajo con Raúl, uno de los tipos más sensibles de la historia de los viajantes de tren. Tengo la teoría de que a Raúl le hace mal viajar en el Roca, no por el tren en sí, sino por las personas que lo habitan, los repartidores de estampitas sordos, veteranos de guerra, chicos de la calle, garrapiñistas, cafeteros, los que venden los compilados horribles de temas Americanos de los 80, la mayoría de las personas se acostumbra, y cada vez le da menos bola, cada tanto le da una moneda al cieguito que toca la guitarra o le compra unos bizcochitos a los drogadictos rehabilitados, Raúl no es así, a él le afecta lo que ve, le afecta la cara de angustia del pibe de la estampita cursi cuando le dicen que no haciéndole el gestito con la mano, que el que vende biromes tenga la camisa empapada y no se aguante más su propio olor a chivo. Raúl cuando se compra una birome, de toque le escribe un poema al vendedor, cuando el cieguito toca la guitarra, aplaude desaforado, y dice cosas como que: “Desde Beethoveen que no aparecía un músico ciego tan groso”, a Silvia la garrapiñista la quiere meter en el negocio del Copo de nieve, y a la niña malabarista la abraza y le regala caramelos de miel, la niña odia estos caramelos, pero reconozcamos que el gesto de Raúl es de una nobleza poco vista.
Raúl con el correr de los meses se volvió un personaje intrigante para mí, siempre me daba ganas de acercarme y preguntarle que lo movía a hacer lo que hacía, hasta que un día me animé, bajamos los dos en la estación de Villa Elisa, le di una palmadita en el hombro y lo invité a tomar una cerveza, como no tenía idea donde podía haber un bar por ahí,fuimos a un Supermercado Chino y tomamos la cerveza en una plazita de a ocho cuadras de la estación que tenía un monumento al General San Martín con el caballo decapitado, en el fondo creo que Raúl aceptó esa ronda de cervezas porque se pensó que yo era un vendedor ambulante, se enteró de que no, y si bien siguió pareciendo ser un buen tipo, parecía mejor tipo cuando se pensaba que yo era un vendedor de linternas. Me contó que era asistente de un dentista, y que laburaba de eso porque pensaba que su misión en el mundo era hacer felices a los niños durante su estadía odontológica, mientras anestesiaban a los niños, Raúl les leía Alicia a través del espejo, y cuando se iban les regalaba caramelos de miel, los niños odiaban los caramelos de miel, pero reconozcamos que el gesto de Raúl es de una nobleza poco vista. De mí le conté un par de cosas, en la mitad le mentí, le dije que quería ser astronauta para hacerlo entusiasmar y para que me empiece a hablar de estrellas, Raúl es un tipo que se entusiasma fácil. La estaba pasando fenómeno, pero a la tercera cerveza me di cuenta que todavía no le había preguntado lo importante:
-¿Por qué?
-¿Por qué qué?
-¿Por qué sos tan bueno con los vendedores ambulantes?
-¿Por qué me preguntas esto?
-¿Sentís alguna especie de culpa o algo por el estilo?
-¿Por qué voy a sentir culpa?
-No se, quizá hiciste algo malo y queres remendarlo.
-Todos hacemos cosas malas a veces.
-¿Qué tan malas?
-No se, cosas malas
-¿Cómo atropellar un perrito?
-Sí, como atropellar un perrito.
-¿Vos atropellaste un perrito?
-No exactamente un perrito.
-¿Entonces?
-Atropellé un limpiavidrios, en el 97, atropellé un limpiavidrios.
Raúl quebró en llanto, yo sentí culpa, lo abracé, le pedí disculpas y me fui, fui hasta una hemeroteca a buscar todos los diarios del 97, pero en ninguno decía nada.
Viajo todos los días en el Roca, y casi siempre viajo con Raúl, uno de los tipos más sensibles de la historia de los viajantes de tren. Tengo la teoría de que a Raúl le hace mal viajar en el Roca, no por el tren en sí, sino por las personas que lo habitan, los repartidores de estampitas sordos, veteranos de guerra, chicos de la calle, garrapiñistas, cafeteros, los que venden los compilados horribles de temas Americanos de los 80, la mayoría de las personas se acostumbra, y cada vez le da menos bola, cada tanto le da una moneda al cieguito que toca la guitarra o le compra unos bizcochitos a los drogadictos rehabilitados, Raúl no es así, a él le afecta lo que ve, le afecta la cara de angustia del pibe de la estampita cursi cuando le dicen que no haciéndole el gestito con la mano, que el que vende biromes tenga la camisa empapada y no se aguante más su propio olor a chivo. Raúl cuando se compra una birome, de toque le escribe un poema al vendedor, cuando el cieguito toca la guitarra, aplaude desaforado, y dice cosas como que: “Desde Beethoveen que no aparecía un músico ciego tan groso”, a Silvia la garrapiñista la quiere meter en el negocio del Copo de nieve, y a la niña malabarista la abraza y le regala caramelos de miel, la niña odia estos caramelos, pero reconozcamos que el gesto de Raúl es de una nobleza poco vista.
Raúl con el correr de los meses se volvió un personaje intrigante para mí, siempre me daba ganas de acercarme y preguntarle que lo movía a hacer lo que hacía, hasta que un día me animé, bajamos los dos en la estación de Villa Elisa, le di una palmadita en el hombro y lo invité a tomar una cerveza, como no tenía idea donde podía haber un bar por ahí,fuimos a un Supermercado Chino y tomamos la cerveza en una plazita de a ocho cuadras de la estación que tenía un monumento al General San Martín con el caballo decapitado, en el fondo creo que Raúl aceptó esa ronda de cervezas porque se pensó que yo era un vendedor ambulante, se enteró de que no, y si bien siguió pareciendo ser un buen tipo, parecía mejor tipo cuando se pensaba que yo era un vendedor de linternas. Me contó que era asistente de un dentista, y que laburaba de eso porque pensaba que su misión en el mundo era hacer felices a los niños durante su estadía odontológica, mientras anestesiaban a los niños, Raúl les leía Alicia a través del espejo, y cuando se iban les regalaba caramelos de miel, los niños odiaban los caramelos de miel, pero reconozcamos que el gesto de Raúl es de una nobleza poco vista. De mí le conté un par de cosas, en la mitad le mentí, le dije que quería ser astronauta para hacerlo entusiasmar y para que me empiece a hablar de estrellas, Raúl es un tipo que se entusiasma fácil. La estaba pasando fenómeno, pero a la tercera cerveza me di cuenta que todavía no le había preguntado lo importante:
-¿Por qué?
-¿Por qué qué?
-¿Por qué sos tan bueno con los vendedores ambulantes?
-¿Por qué me preguntas esto?
-¿Sentís alguna especie de culpa o algo por el estilo?
-¿Por qué voy a sentir culpa?
-No se, quizá hiciste algo malo y queres remendarlo.
-Todos hacemos cosas malas a veces.
-¿Qué tan malas?
-No se, cosas malas
-¿Cómo atropellar un perrito?
-Sí, como atropellar un perrito.
-¿Vos atropellaste un perrito?
-No exactamente un perrito.
-¿Entonces?
-Atropellé un limpiavidrios, en el 97, atropellé un limpiavidrios.
Raúl quebró en llanto, yo sentí culpa, lo abracé, le pedí disculpas y me fui, fui hasta una hemeroteca a buscar todos los diarios del 97, pero en ninguno decía nada.
sábado, 27 de junio de 2009
Edificio
Mudarse a un edificio después de todo no está tan mal, al principio creí que iba a extrañar horrores la vieja casita de naipes de cemento, pero ya no tenía sentido estar ahí, había llegado un momento en el que la casa nos había tomado a nosotros, cada una de sus partes tenía algo de hipnótico, la cama no era solamente la cama y el vértigo de la falsa caída, era una especie de mundo paralelo habitado por mí, los mosquitos, el espiral que amablemente me encendía Ramiro, y los monstruos expresionistas-estáticos del techo de algarrobo. De Ramiro no voy a decir más que, era mi amigo, que un día se fue a averiguar cuanto salía pileta libre para empezar natación, que desde ese día no volvió, y que me manda todas las semanas alguna plantita, cosa que me hace sospechar de que empezó a trabajar en un vivero para poder pagarse pileta libre, lo malo es que acá en el edificio las plantitas se mueren, y algo más malo todavía es que no tengo quien me prenda los espirales.
Estoy en un decimocuarto piso, me hice bastante amigo del portero que es un ex jugador del ascenso, se la pasa contándome de la dupla tremenda que hacía con “el aguardiente” Morales, y como ritual a las tres de la tarde cuando vuelvo del trabajo, me muestra la cicatriz de la operación que tuvo en su momento de gloria, yo creo que con eso me quiere decir que tengo que disfrutar el presente, pero no se anima a darme un consejo porque el mismo no lo cree, sabe que me estaría mintiendo, que la acción es recuerdo, que no hay nada más lindo que la chilena que tiró y pasó por arriba del travesaño.
Pero, como te decía, vivir en un edificio después de todo no está tan mal, es decir, sí, es una porquería, escucho los ruidos del tipo del piso de arriba que cambia los muebles de lugar cada dos minutos por las variaciones energéticas del Feng Shui, si pongo White Light/White Heat de la Velvet tengo la puta del piso de abajo quejándose porque le espanto los clientes, no puedo tener un perrito porque está terminantemente prohibido tener perritos, me tengo que bancar las reuniones de consorcio con la gente quejándose por las veces que me encontró durmiendo en el ascensor y toda la bola, pero hay algo que lo justifica todo, un descubrimiento que le da sentido a mi vida como habitante de un edificio: el portero eléctrico. Al principio levantaba el tubo y empezaba a hablar tímidamente, como si estuviera dejándole un mensaje a una ex novia en el contestador, en otro momento se me daba por contar chistes xenófobos o hacer predicciones apocalípticas, en otro pensaba que me podía volver a encontrar con Ramiro y contaba anécdotas de cuando vivíamos juntos por si el pasaba justo por ahí caminando, en otro leía manifiestos del teatro sintético futurista en italiano, en otro relataba partidos de fútbol imaginarios, pero hoy lo que más me divierte es leer poemas de Girondo a las nueve de la noche y pensar que me estás escuchando, con la esperanza de que subas y me saques esa tristeza parecida a la del par de medias tirado en el rincón.
Estoy en un decimocuarto piso, me hice bastante amigo del portero que es un ex jugador del ascenso, se la pasa contándome de la dupla tremenda que hacía con “el aguardiente” Morales, y como ritual a las tres de la tarde cuando vuelvo del trabajo, me muestra la cicatriz de la operación que tuvo en su momento de gloria, yo creo que con eso me quiere decir que tengo que disfrutar el presente, pero no se anima a darme un consejo porque el mismo no lo cree, sabe que me estaría mintiendo, que la acción es recuerdo, que no hay nada más lindo que la chilena que tiró y pasó por arriba del travesaño.
Pero, como te decía, vivir en un edificio después de todo no está tan mal, es decir, sí, es una porquería, escucho los ruidos del tipo del piso de arriba que cambia los muebles de lugar cada dos minutos por las variaciones energéticas del Feng Shui, si pongo White Light/White Heat de la Velvet tengo la puta del piso de abajo quejándose porque le espanto los clientes, no puedo tener un perrito porque está terminantemente prohibido tener perritos, me tengo que bancar las reuniones de consorcio con la gente quejándose por las veces que me encontró durmiendo en el ascensor y toda la bola, pero hay algo que lo justifica todo, un descubrimiento que le da sentido a mi vida como habitante de un edificio: el portero eléctrico. Al principio levantaba el tubo y empezaba a hablar tímidamente, como si estuviera dejándole un mensaje a una ex novia en el contestador, en otro momento se me daba por contar chistes xenófobos o hacer predicciones apocalípticas, en otro pensaba que me podía volver a encontrar con Ramiro y contaba anécdotas de cuando vivíamos juntos por si el pasaba justo por ahí caminando, en otro leía manifiestos del teatro sintético futurista en italiano, en otro relataba partidos de fútbol imaginarios, pero hoy lo que más me divierte es leer poemas de Girondo a las nueve de la noche y pensar que me estás escuchando, con la esperanza de que subas y me saques esa tristeza parecida a la del par de medias tirado en el rincón.
jueves, 4 de junio de 2009
324
Hay una mujer en el 324 que tiene los ojos extraviados, estoy completamente seguro que tiene un parentesco con Bob Dylan, está en pleno ataque de pánico y no se si va a morderme o interpretar una canción folk de protesta.
A un par de asientos una muchacha de pelo amarillo y absolutamente vestida de azul, dibuja el identikit de la avispa que le picó el hombro el día de su cumpleaños número doce y lo arruinó por completo.
Una pestaña cae arriba del anotador. Atrás mío un pibe con una remera de los Sex Pistols mira la pestaña de reojo, lo tienta la posibilidad de soplarla y pedir un deseo (que vuelva Agustina, aunque sea un ratito, que se ría una vez más conmigo y que después haga lo que se le cante).
Tomamos la avenida y ahí nomás está la vía, a un costado, toda llena de piedritas y cartones de vino barato. Las piedritas me hacen pensar que soy un nabo, nunca supe hacer sapito, cuando llegue a casa voy a llenar la bañera y practicar.
Un tipo parado, es el único, creo que nos odia, le gustaría estar embarazado, tener setentidos o ser un mentalista. Su odio incrementa, y todos lo intimidamos con la mirada porque sabemos que eso que va a hacer es aberrante, terrorífico, los niños llorarían con la manga del saco contra la cara y contra el rincón si lo supieran.
Sin embargo sabemos, que ni el llanto de un niño albino lo detendrá, cuando llegue al lago de Palermo se quitará la remera, se arremangará el pantalón de Corderoy que le regalo tío Luis, se zambullirá, comenzará a nadar y con sus pálidas manos ahorcará a cada uno de los hasta ese entonces felices patos. Este será el comienzo de una venganza sin precedentes, que continuará con la muerte de dos ciclistas, un ajedrecista, cuatro pescadores, y culminará con el asesinato de un joven escritor pasajero de la línea 324.
A un par de asientos una muchacha de pelo amarillo y absolutamente vestida de azul, dibuja el identikit de la avispa que le picó el hombro el día de su cumpleaños número doce y lo arruinó por completo.
Una pestaña cae arriba del anotador. Atrás mío un pibe con una remera de los Sex Pistols mira la pestaña de reojo, lo tienta la posibilidad de soplarla y pedir un deseo (que vuelva Agustina, aunque sea un ratito, que se ría una vez más conmigo y que después haga lo que se le cante).
Tomamos la avenida y ahí nomás está la vía, a un costado, toda llena de piedritas y cartones de vino barato. Las piedritas me hacen pensar que soy un nabo, nunca supe hacer sapito, cuando llegue a casa voy a llenar la bañera y practicar.
Un tipo parado, es el único, creo que nos odia, le gustaría estar embarazado, tener setentidos o ser un mentalista. Su odio incrementa, y todos lo intimidamos con la mirada porque sabemos que eso que va a hacer es aberrante, terrorífico, los niños llorarían con la manga del saco contra la cara y contra el rincón si lo supieran.
Sin embargo sabemos, que ni el llanto de un niño albino lo detendrá, cuando llegue al lago de Palermo se quitará la remera, se arremangará el pantalón de Corderoy que le regalo tío Luis, se zambullirá, comenzará a nadar y con sus pálidas manos ahorcará a cada uno de los hasta ese entonces felices patos. Este será el comienzo de una venganza sin precedentes, que continuará con la muerte de dos ciclistas, un ajedrecista, cuatro pescadores, y culminará con el asesinato de un joven escritor pasajero de la línea 324.
lunes, 27 de abril de 2009
“(…) Aquella prostituta de buen aliento y de broma certera, en conjunción con el cocinero que le preparaba la milanesa especial y le cantaba los resultados de la decimoséptima, lo alejaron del pozo depresivo. Entendamos que cuando hablamos de pozo depresivo, hablamos de un verdadero pozo, hecho en la playa por una niña de nueve años, y también hablamos simultáneamente de un castillo depresivo, en este caso construido por un niño de sesenta y seis, que cuando González se acercó a preguntarle si había peces espada en ese momento pensando en él, respondió: “solo somos niños más viejos, que nos agitamos ante la cercanía de la hora de dormir”, luego de responderle lo miró fijamente a los ojos, demolió el castillo, y se fue silbando una canción que reconocía por su difunta maestra de jardín que solía cantarla en las tardes de otoño ante el llanto de sus compañeritos (…)”
domingo, 26 de abril de 2009
Sobre artistas de culto (uno que se me ocurrió y jamás fue).
Llevaba un frío cálculo de la cantidad de moscas que se amontonaban cada vez que se ponía a tocar la guitarra. Sus canciones, ninguna de más de dos o tres minutos, eran para ellas como un suculento plato de estofado putrefacto. Soñaba con que alguna mujer de voz chillona haga los coros de su canción más conmovedora (cada vez que la tocaba las moscas aleteaban como mariposas). Para componer se encerraba en un cuartito y al whisky lo rebajaba con soda, porque un vecino le dijo que así pospondría la cirrosis por algún tiempo. Tampoco es que era tan maldito como para que no le gustara comer gomitas (las de eucaliptus nunca le gustaron, le parecían de geriátrico, y no es que odiara los geriátricos, de hecho había tocado en uno), también le gustaba mirar películas berretas en cable.
Solía soñar con arañas (esto es mentira, les dije que no era tan maldito, tampoco tan oscuro, en realidad siempre soñaba con la chica de cuarto grado de la que siempre estuvo enamorado y dejó de ver en quinto grado).
Desde el día que dejó de verla, empezó a buscarla, a su manera, iluminando con una linterna gigante el pasillo del galpón del fondo de su casa, todos los días, siempre como a las tres de la mañana, esperando encontrarla en su propio galpón, perdida, y ofrecerle un vaso de agua de la canilla y abrazarla fuerte.
Tampoco es que estaba obsesionado con ella, solamente le compuso la mitad de sus canciones, en algunas decía que quería olvidarse de ella, en otras que quería volver a verla y fugarse (a la vuelta de su casa, porque para fugarse no hace falta tanto, la fuga es más bien un estado de ánimo).
Un día se encontró con que todas sus canciones se parecían entre sí, y se entristeció, de todas formas era lógico, con los cuatro o cinco acordes que conocía no podía hacer mucho más.
La otra vuelta se acordó de mandarle las canciones grabadas en un cassette a la chica de cuarto grado, ella no le dio mucha bola… ustedes vieron como es mi señora.
Solía soñar con arañas (esto es mentira, les dije que no era tan maldito, tampoco tan oscuro, en realidad siempre soñaba con la chica de cuarto grado de la que siempre estuvo enamorado y dejó de ver en quinto grado).
Desde el día que dejó de verla, empezó a buscarla, a su manera, iluminando con una linterna gigante el pasillo del galpón del fondo de su casa, todos los días, siempre como a las tres de la mañana, esperando encontrarla en su propio galpón, perdida, y ofrecerle un vaso de agua de la canilla y abrazarla fuerte.
Tampoco es que estaba obsesionado con ella, solamente le compuso la mitad de sus canciones, en algunas decía que quería olvidarse de ella, en otras que quería volver a verla y fugarse (a la vuelta de su casa, porque para fugarse no hace falta tanto, la fuga es más bien un estado de ánimo).
Un día se encontró con que todas sus canciones se parecían entre sí, y se entristeció, de todas formas era lógico, con los cuatro o cinco acordes que conocía no podía hacer mucho más.
La otra vuelta se acordó de mandarle las canciones grabadas en un cassette a la chica de cuarto grado, ella no le dio mucha bola… ustedes vieron como es mi señora.
sábado, 25 de abril de 2009
El siguiente fragmento corresponde a una carta del Doctor J.Campos, en la que expone a un joven estudiante los motivos espirituales del relativo exito y exilio de González.
"(...)No había forma de justificar semejante ensimismamiento, lo único que deseaba, y de manera bastante vaga, era tener una idea, un algo que le arranque una sonrisa mental, que lo haga salir de su triple frazada, que lo aleje de la autoconstrucción, que lo desintegre, y que empiece preferentemente por el techo(...)"
"(...)No había forma de justificar semejante ensimismamiento, lo único que deseaba, y de manera bastante vaga, era tener una idea, un algo que le arranque una sonrisa mental, que lo haga salir de su triple frazada, que lo aleje de la autoconstrucción, que lo desintegre, y que empiece preferentemente por el techo(...)"
lunes, 16 de marzo de 2009
Las inconclusas aventuras de Dante Rubíes.
-Mi nombre es Dante Rubíes- dijo y sonrió con un aire maléfico. Y agregó -Buscame mañana a las 8 en el café de Corrientes y Montevideo que tengo algo para vos.
El peor guía turístico del mundo.
No se porque le causaban tanta gracia las nacionalidades, la última vez, creo que fue el viernes, anunciaban en la universidad que el doctor dinamarqués (Bent Laudrup) daría una conferencia sobre la legislación de los canales pornográficos en la zona escandinava, no sabíamos como pararlo, ahí nomás le agarro un ataque de risa peor que con un ejército de plumas haciéndole cosquillas en los pies, el estómago empezó a funcionarle mal y le agarró un acceso de tos tan grande (era como si tosiera su risa) que tuvimos que internarlo.
Para peor en el hospital las noticias de la televisión, del boxeador panameño, del equipo de hockey hindú, del milagro de la bailarina artística de Haití, de mi peleadora de judo preferida de Argentina (más precisamente de Ranelagh): época de juegos olímpicos, la peor época para un tipo como él.
Inesperadamente (y para fortuna del equipo médico) los suecos lo ponían severo, Suecia si era un país que no se podía tomar en broma. Lo bueno es que dejaba de reírse y los médicos podían tratarlo, lo malo es que el canal de cable sueco lo angustiaba, porque en Suecia las cosas últimamente iban de mal en peor, ninguna medalla dorada en juegos olímpicos, presidente engripado, obreros de la fábrica de galletitas reprimidos, comedor infantil tomado por jubilados, y esas cosas que le pasan a los países cuando van de mal en peor.
A eso de los tres días le dieron el alta y le prohibieron terminantemente el contacto con personas no suecas. Cosa complicada para una persona que vive en argentina y a la que le gusta la comida mejicana al baño maría. Podría concluir esta historia diciendo que conoció una joven sueca, se casó con ella, tuvieron hijos suecos y se radicaron en Estocolmo, pero abordar un final como este me traería excesivos problemas y nuestro entrañable personaje probablemente moriría (de tristeza, naturalmente, un pozo depresivo del que ningún hijo sueco te saca).
Otra posibilidad sería un final paradójico con su actual esposa engañándolo con un noruego, un desenlace terrorífico, con nuestro entrañable personaje en un ataque de risa atravesado por el dolor y la ira, disparándole al noruego a la altura de los pies (y el noruego gritando que en realidad el es sueco, pensando que con eso lo detendría, está bien, nuestro personaje es entrañable y todo lo que quieran, pero no es ningún nabo).
Sin embargo el final que más me complace (y el que más se ajusta a la realidad) es el que involucra a nuestro entrañable personaje en un viaje intergaláctico, viajando en una nave espacial, poniendo banderas de Suecia en cuanto planeta pisara, y descostillándose de la risa por la extraña manera que tienen los extraterrestres de llamar a la pelota (y por supuesto renunciando a su puesto de guía turístico).
Para peor en el hospital las noticias de la televisión, del boxeador panameño, del equipo de hockey hindú, del milagro de la bailarina artística de Haití, de mi peleadora de judo preferida de Argentina (más precisamente de Ranelagh): época de juegos olímpicos, la peor época para un tipo como él.
Inesperadamente (y para fortuna del equipo médico) los suecos lo ponían severo, Suecia si era un país que no se podía tomar en broma. Lo bueno es que dejaba de reírse y los médicos podían tratarlo, lo malo es que el canal de cable sueco lo angustiaba, porque en Suecia las cosas últimamente iban de mal en peor, ninguna medalla dorada en juegos olímpicos, presidente engripado, obreros de la fábrica de galletitas reprimidos, comedor infantil tomado por jubilados, y esas cosas que le pasan a los países cuando van de mal en peor.
A eso de los tres días le dieron el alta y le prohibieron terminantemente el contacto con personas no suecas. Cosa complicada para una persona que vive en argentina y a la que le gusta la comida mejicana al baño maría. Podría concluir esta historia diciendo que conoció una joven sueca, se casó con ella, tuvieron hijos suecos y se radicaron en Estocolmo, pero abordar un final como este me traería excesivos problemas y nuestro entrañable personaje probablemente moriría (de tristeza, naturalmente, un pozo depresivo del que ningún hijo sueco te saca).
Otra posibilidad sería un final paradójico con su actual esposa engañándolo con un noruego, un desenlace terrorífico, con nuestro entrañable personaje en un ataque de risa atravesado por el dolor y la ira, disparándole al noruego a la altura de los pies (y el noruego gritando que en realidad el es sueco, pensando que con eso lo detendría, está bien, nuestro personaje es entrañable y todo lo que quieran, pero no es ningún nabo).
Sin embargo el final que más me complace (y el que más se ajusta a la realidad) es el que involucra a nuestro entrañable personaje en un viaje intergaláctico, viajando en una nave espacial, poniendo banderas de Suecia en cuanto planeta pisara, y descostillándose de la risa por la extraña manera que tienen los extraterrestres de llamar a la pelota (y por supuesto renunciando a su puesto de guía turístico).
viernes, 27 de febrero de 2009
Sobre cosas que hablaran (una que se me ocurrió).
-Si estas paredes hablaran….
Si estas paredes hablaran, hablarían portugués, tendrían una opinión formada sobre crítica de cine y la manifestarían con una seguridad en si mismas descomunal para cualquier pared, puerta, cama, o alguna de todas esas cosas que si hablaran…., también nos volverían a todos un poco más paranoicos, pediríamos su consejo cuando al nene le vaya mal en la escuela, nuestra novia nos preguntaría de quién es esa voz que se escucha de fondo cada vez que hablamos por teléfono, nos dirían lo horrible que se sienten con el poster de la banda más psicodélica de la historia del rock psicodélico, nos dirían que el cabezazo certero de todas las mañanas, cuando la peor noticia del mundo es el buenos días y la sonrisita protocolar, es doloroso, que mejor nos vayamos a cabecear arqueros holandeses y nos quedemos afuera en cuartos de final. Si las paredes hablaran no me darían ni ganas de escucharlas…
Si estas paredes hablaran, hablarían portugués, tendrían una opinión formada sobre crítica de cine y la manifestarían con una seguridad en si mismas descomunal para cualquier pared, puerta, cama, o alguna de todas esas cosas que si hablaran…., también nos volverían a todos un poco más paranoicos, pediríamos su consejo cuando al nene le vaya mal en la escuela, nuestra novia nos preguntaría de quién es esa voz que se escucha de fondo cada vez que hablamos por teléfono, nos dirían lo horrible que se sienten con el poster de la banda más psicodélica de la historia del rock psicodélico, nos dirían que el cabezazo certero de todas las mañanas, cuando la peor noticia del mundo es el buenos días y la sonrisita protocolar, es doloroso, que mejor nos vayamos a cabecear arqueros holandeses y nos quedemos afuera en cuartos de final. Si las paredes hablaran no me darían ni ganas de escucharlas…
martes, 27 de enero de 2009
Hipo.
Una maratón de películas de terror para deshacerme del hipo. Un perro guardián que me vuelve una persona contradictoria, difícil. Jura decir la verdad y nada más que la verdad en pleno ataque de hipo, no podría jurar tal cosa, la verdad me atemoriza. Después de todo no quiero deshacerme del hipo, creo que me hace una mejor persona.
Iba caminando por la calle y estaba el viejo veterano de la guerra de almohadones de 1987 al que siempre le pedimos consejos.
-¿Qué opina de los detectores de mentiras?
-Eso es todo un fraude, no hace falta tal cosa, el único detector de mentiras es el oído humano. Cualquier cosa que escuchen por ahí, es mentira.
Bien dicho, se merece una nueva medalla de honor, pero no tiene lugar en su chaqueta azul. Es lamentable que el estado le haya dado la espalda…
Iba caminando por la calle y estaba el viejo veterano de la guerra de almohadones de 1987 al que siempre le pedimos consejos.
-¿Qué opina de los detectores de mentiras?
-Eso es todo un fraude, no hace falta tal cosa, el único detector de mentiras es el oído humano. Cualquier cosa que escuchen por ahí, es mentira.
Bien dicho, se merece una nueva medalla de honor, pero no tiene lugar en su chaqueta azul. Es lamentable que el estado le haya dado la espalda…
miércoles, 14 de enero de 2009
Ultima cena.
En su ultima cena comió panqueques, el dulce de leche se le piantaba por las puntas y la remera del pibe Valderrama de la Copa América del 93 (que ya tenía manchas de un helado de menta granizada que se compraba de menta granizada porque no le gustaba a nadie y así no convidaba, pero era así de rata con los helados nada más, me acuerdo que si había siete medialunas, el comía tres y te dejaba cuatro a vos) se le enchastró toda. Estaban todos los amigos, pero no les dio ningún consejo porque nunca entendió mucho como funcionaba bien nada. Al otro día se levantó y pensó que la cena no era indispensable, que se podía modificar por una merienda abundante, y que incluso podía llamarse de otra manera. Y no cenó nunca más.
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